La industrialización, de nuevo

La evolución de las economías más avanzadas ha ido transitando desde una estructura en la que la industria tenía un peso determinante, y suponía economías externas hacia otros sectores de la economía, a un escenario en el cual el predominio es del sector servicios, con todas sus derivaciones.

Este proceso, que es detectable estadísticamente sobre todo desde la década de 1980, abre perspectivas al análisis económico en una coyuntura en la que las vías de salida para la Gran Recesión no son claras ni inmediatas. Se dibujan nuevas cuestiones en el interior de las economías más desarrolladas:

  • ¿Diversificar la economía?
  • ¿Volver a la industria desde unos servicios bastante maduros?
  • ¿Qué industria? ¿Cuáles relaciones con los servicios?
  • ¿Cuál puede ser la función del sector público en todo este proceso?

Con tales interrogantes, un concepto que hay que clarificar es qué entendemos por manufactura hoy en día. Ésta se ha observado siempre como un “producto” físico, generador de valor. Las sociedades y las economías terciarias, sin embargo, suponen una mayor complejidad en dicha noción: la mercancía no es ahora necesariamente (o únicamente) tangible, de forma que procesos creativos, distributivos y comerciales forman parte intrínseca de esta perspectiva más abierta: los productos son una mezcla híbrida entre producción física y servicios más o menos sofisticados, que incorporan cuotas más altas de inputs relacionados con la esfera de los servicios.

Si se acepta la argumentación antes expuesta, nos encontraremos con una idea diferente de lo que representa, hoy en día, una manufactura industrial: ésta se encuentra inmersa en unos contextos en los cuales otras ocupaciones, otras actividades que pertenecen a los servicios, son claves. Ello implica estructuras organizativas más flexibles, menos verticales (propias de los sectores industriales más tradicionales) y más intensivas en capital (pero no sólo). Todo ello, explicaría el progreso del sector terciario en las economías más avanzadas, juntamente a otras causas directas: el aumento del gasto privado, que a la vez se explica por la expansión de los mercados de trabajo (feminización, horarios extensos en toda la producción) y la importancia de consumidores jóvenes; los servicios entendidos como inputs para la industria y para otros servicios; la comercialización de éstos últimos; y, finalmente, la demanda del sector público.

Estas fuertes imbricaciones no eran tan constatables en las economías industriales más directas, lo cual obliga a economistas y políticos a revisar las concepciones convencionales que se tenían hasta ahora y, entonces, a ensanchar la noción de lo que entendemos hoy en día por “industria”. Esta es una reflexión de carácter general sobre la que se está investigando tanto en Europa como en Estados Unidos. Es importante que los gobiernos con competencias en el campo industrial tengan en cuenta estos cambios para rediseñar una nueva política industrial.

 

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