Nacionalismo económico, incertidumbre económica

Los vientos de cola van desapareciendo en la economía. Los datos son preocupantes. La posición proteccionista de Trump está generando todo aquello que la historia económica nos enseña, en función de lo acontecido en otros períodos (lo venimos advirtiendo en esta columna hace ya meses): movimientos parecidos en países afectados por los aranceles que aplica el presidente americano, particularmente a China. El coloso asiático responde con medidas parecidas, lo que se traducirá, al extenderse, en una contracción del comercio internacional. Estamos ante una especie de guerra comercial en toda regla: una política deliberada de arruinar al vecino para proteger, sobre todo, intereses electoralistas más que económicos. Las políticas de Trump van a tener efectos letales para la macroeconomía norteamericana, desde el momento en que deberá inyectar millones de dólares a los sectores afectados por los aranceles chinos, de forma muy específica en el terreno agrícola. Un ámbito en el que Trump recogió jugosos réditos electorales y que, ahora, no puede ver en peligro. Esto incidirá en la consecución de mayores déficits presupuestarios, que deberán ser cubiertos por un mayor endeudamiento público. Un despropósito que no tiene más explicación que un nacionalismo económico exacerbado y escasamente efectivo en el medio plazo, tal y como está denunciando desde hace ya meses economistas de la talla de Paul Krugman o Bradford DeLong, desde las páginas de The New York Times.

Esto guarda relación directa con la lucha por los grandes avances tecnológicos que se desprenden de la Cuarta Revolución Industrial, tal y como nos ha relatado Klaus Schwab en un reciente libro con ese título: el control sobre el 5G, sus derivadas y aplicaciones, el conocimiento que todo ello va a generar y que ya se está produciendo. Y, a su vez, el tema se agrava con la nueva política de rearme de Estados Unidos, saltándose todos los protocolos de contención, como el tema de las cabezas nucleares, un aspecto que parecía ya bajo control de una cierta sensatez planetaria. No es así en estos momentos: la maquinaria económica de los lobbies empresariales militares están actuando y las presiones políticas nos llevan a escenarios de mayor inestabilidad. De gran inseguridad. Malos tiempos, entonces.

En Europa, el Brexit está a su vez condicionando la recuperación del continente. La llegada al poder de otro personaje histriónico, Boris Johnson, alimenta todos los resortes más inquietantes. La salida dura del Brexit va a tener consecuencias muy negativas, que afectarán tanto al movimiento de mercancías como al desarrollo turístico, tras la caída de la libra esterlina en los mercados y, al mismo tiempo, el encarecimiento de las exportaciones británicas. De nuevo, el nacionalismo económico hace estragos. Cuando parecía que los efectos más letales de la Gran Recesión se habían contenido, nos adentramos a un escenario de alarma económica, contracción de la actividad y graves problemas en los cuadros macroeconómicos y en los mercados laborales de las naciones que, en mayor o menos grado, se van a ver afectadas. Las Bolsas caen, arrastradas por tanta irresponsabilidad.

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