El PIB es el indicador, la medida, que economistas y políticos utilizan para comprobar el grado de evolución de una economía concreta. Desde 1930, cuando el gran economista Simon Kuznets propuso este indicador sintético (lo que contribuyó notablemente a la toma de decisiones por parte del presidente Roosevelt durante el New Deal), el PIB se ha traducido en una medida totémica para todo el mundo. Si usted quiere saber si la economía de su región o de su país está en racha, debe disponer de ese dato esencial: cuánto ha crecido o se ha contraído la generación de riqueza. Ahora bien, en los momentos actuales, ante los cambios transcendentales que se han producido en la economía mundial –y, por supuesto, en la más próxima–, transformaciones que suponen la consolidación de economías de servicios avanzados (frente a las de perfil más claramente industrial, que eran las que dominaban hasta los años 1970) y la extensión de las nuevas tecnologías derivadas de la inteligencia artificial, junto a los retos del cambio climático, las formas de medir el PIB empiezan a chirriar.
De entrada, ¿cómo medir la innovación en una economía de servicios? Las variables conocidas de I+D+i, que sitúan una comunidad, pongamos Balears, en la cola del ranking en inversión sobre PIB, son cuestionables. Las estadísticas del INE están pensadas hacia la medición de procesos más físicos, tangibles, industriales podríamos decir, más que a la medición de trayectorias de servicios intangibles en muchos casos. No me creo –y no es una cuestión de fe– que Balears sea una región con indicadores tan bajos en ese parámetro; sobre todo en la “i” minúscula, la innovación. Existe aquí, en las islas, más innovación de la que se recoge en la estadísticas. Y esto afecta a prácticamente todos los sectores de una economía que es mucha más rica y densa que la que se suma en un sector servicios agregado. Hay más diversificación económica en Balears que la que suele exponerse siempre. Junto al doctor Ferran Navinés, hemos publicado un libro reciente (La indústria invisible, Lleonard Muntaner Editor, Palma 2018) en el que, con datos actualizados, demostramos esto que acabo de afirmar.
Esto conduce a pensar que algo estamos haciendo de manera incorrecta, a la hora de medir la evolución de nuestra economía. Balears sin duda tiene indicadores negativos, que muchas veces sólo se intuyen o se rubrican a partir de apreciaciones. Pero no sólo negativos. Urge incorporar nuevos factores de medición, científicos, que ayuden a decidir mejor y maticen y engrandezcan la visión más ortodoxa del cálculo de la riqueza a partir del PIB. En este terreno, indicadores medioambientales son básicos, medidos en unidades biofísicas y no monetarias. Este es un campo importante para las ciencias sociales en Balears, un terreno sobre el que se ha trabajado bastante en los últimos años, pero que todavía no ha concretado, de forma convincente, un grupo de indicadores nuevos que contribuyan a entender mejor la evolución económica y sus impactos sobre el entorno ecológico y social. Y que, a su vez, esos indicadores relativicen el dato mágico de un PIB cada vez más cuestionado.