Es alto, bien parecido, fenotipo del Norte, preparado, exitoso y joven. Retengan su nombre: Jens Weidmann, presidente del Bundesbank. Él es uno de los instigadores de la ortodoxia que impera en Europa, desde su privilegiada palestra del banco central alemán. La influencia de Wiedmann sobre Merkel ha sido total; su incidencia sobre Draghi es determinante. Desde su oficina se han diseñado las estrategias principales, que engloban también la comunicación, sobre la política económica a seguir en tiempos de crisis. Wiedmann les sonreirá, dulcemente, tras anunciarles que se imponen más sacrificios, que los recortes han de ser más profundos, que los servicios sociales deben ser amputados.
Con labios beatíficos, les explicará que ustedes, los pensionistas, deben pagar en 2012 sus recetas porque Lehman Brothers sucumbió en septiembre de 2008; y que ustedes, parados que ven finiquitar las prestaciones, han de aceptar la situación porque Bankia se desmoronó sin remedio. Y si no le entienden, les amonestará arqueando una ceja, molesto porque no acepten algo tan fácil de comprender para él. Por supuesto, les dirá que en todos los casos los únicos responsables son los ciudadanos; aquellos que pilotaban esas entidades bancarias privadas (y subrayo esto) actuaron siempre con diligencia; esa parece ser la doctrina de todos los weidmann que se han multiplicado, con mayor o menor fortuna. Pero el mensaje es invariable: esos ajustes leoninos se han de generar en aras de cumplir con el déficit y, a su vez, para castigar a aquellos países que se han excedido, que han vivido –se nos dice– por encima de sus posibilidades. Fíjense: de la mala gestión de empresas privadas (“fallos” de un segmento del mercado, decimos los economistas), acaba pagando todo el sector público, el que no funciona, pero también el que resulta solvente (es decir: se machaca toda la economía que depende de la Administración). El diagnóstico está facilitando un objetivo claramente ideológico: arramblar con el Estado del Bienestar.
Pero no se engañen: no todos pierden, se diga lo que se diga. Les aporto algunas informaciones concretas, extraídas de fuentes oficiales. Hablemos de un caso que me parece ilustrativo: Berlín se aprovecha, desde los inicios de la crisis, de bajísimas tasas de interés. Estoy hablando de mucho dinero ahorrado para los bolsillos teutones: más de 60 millardos de euros en dos años y medio, según cálculos del Bremer Landesbank, publicados por la revista Bilt y el periódico Le Monde hace pocos días. Mientras esto sucede, los títulos de deuda italianos y españoles no dejan de crecer, hasta hacerse prohibitivos y colocar esas economías a las puertas de una intervención durísima. Expertos alemanes profundizan en todo este proceso, y confirman los datos anteriores: según estimaciones de Exane BNP Paribas, las tasas de interés a diez años para Alemania se han situado en el 2% ¡frente al 4% de antes de la crisis! Esos dos puntos de diferencia suponen un ahorro de 28 millardos de euros por año para las cuentas públicas de Alemania; es decir, esos 60 o 70 millardos en treinta meses. Como pueden suponer, todo esto repercute en cascada y de manera muy positiva sobre el mercado de crédito germánico: es aquí donde fluyen los capitales que otrora se desplazaron, hambrientos, al Sur. Los indicadores son tremendos: los inversores están dispuestos a pagar –observen: no a cobrar, que suele ser lo lógico– si dejan dinero a Alemania, por la seguridad que destila el país. En paralelo, las cifras publicadas por el Fondo Monetario Internacional sobre saldos de balanzas de pagos entre 1970 y 2011 son reveladoras: las números son positivos, de forma exponencial, para Alemania desde la entrada del euro, mientras los guarismos son negativos para el resto de Europa a partir de esa fecha. Pero, ¿y el coste del rescate de Grecia, se preguntarán ustedes para compensar las variables antes expuestas? Pues miren: 46 millardos de euros constituye el préstamo de Berlín a Atenas, de forma que hagan la resta resultante y comprobarán que ciertos victimismos no están justificados del todo. Wiedmann ha perdido su rictus risueño.
Porque estos datos, que sucintamente he expuesto, rubrican que no se sostiene el discurso del exquisito presidente del Bundesbank, a no ser que lo único que justifique (y esto seguro que va por aquí) es que una política fiscal dura y estricta en Europa no hace más que favorecer a Alemania y a su sistema financiero en el muy corto plazo, que se encuentra, no lo olvidemos, apresado por las sacudidas de Grecia y, en menor grado, de España e Italia. Pero las consecuencias de este empecinamiento son lesivas para toda la economía mundial: mantener en Europa y a machamartillo la liturgia del déficit sin flexibilizar su calendario, va a hundir cualquier posibilidad de recuperación. Eso a largo plazo es letal. Y la actitud del Banco Central Europeo, timorata y nulamente estratégica, no hace más que suscribir ese lamentable retraso. Vean: según indicaba el Financial Times a principios de este mes de agosto, la Reserva Federal americana está a la espera, tras el último movimiento (por llamarlo de alguna forma) de Draghi. A pesar de que serían necesarios nuevos estímulos para sostener un crecimiento que ya es bien perceptible, Bernanke aguarda lo que acontece al otro lado del Atlántico, toda vez que su política de tipos de interés ya está fregando el cero, y sus márgenes de maniobra son más limitados. Pero, atención, con resultados harto mejores que en Europa, a pesar de todo: el Fondo Monetario Internacional acaba de publicar las previsiones del crecimiento norteamericano para 2012 y 2013, concretándolas en un 2% y un 2,3% respectivamente. Son más sólidas que las expuestas para buena parte de Europa, bajo el paraguas de las políticas de austeridad. A su vez, la tasa de paro se ha reducido en Norteamérica desde 2008 –cuando llegó a superar el 10%– hasta el 8,2%. En suma, las políticas de estímulo están dando más resultados que las de consolidación fiscal, y no todo puede remitirse a la capacidad del sistema financiero de Estados Unidos frente al de la Unión Europa. Una diferencia esencial, y no es poca, es la actitud del banco emisor y su involucración en la resolución de la crisis, a sabiendas que no todo depende de lo que emita Draghi. Pero, a su vez, resulta vital que su acción sea más resolutiva y no tan expectante. Mientras tanto, nuevos retos se avecinan para los países que, como España e Italia y a pesar de todos los sacrificios ya en marcha, van a ser indirectamente intervenidos con más exigencias draconianas. Todo sea por el déficit y los mercados. Todo, eso también, bajo la gélida sonrisa de Jens Weidmann.