Europa experimenta una doble caída económica. Algo temido y, a juzgar por declaraciones de meses atrás de los sumo-sacerdotes de la ortodoxia, inesperado. La economía de la eurozona se desploma en el último trimestre contabilizado, con una característica central: no sólo es la periferia la que padece la contracción; son también países centrales quienes se ven afectados. En concreto, Austria y Holanda. Francia, por su parte, conoce signos de ralentización; mientras Alemania experimenta un crecimiento anémico, escaso. Muy raquítico para actuar como verdadera locomotora europea. Los vacilantes pasos del Banco Central Europea (BCE) tienen, empero, una contrapartida positiva: el anuncio de compras de deuda pública de los países que acepten las condiciones de los fondos de rescate.
Esto ha transmitido una señal a los mercados de que la unión monetaria es irreversible. Para las naciones que han requerido el rescate, es una noticia positiva; en el caso de España, el gobierno debería ya acceder así al crédito internacional, con el aval de las instituciones comunitarias. La sequía crediticia no se resolverá con la parsimonia de Rajoy ni con su recetario ideológico.
La debilidad económica europea tiene causas, siendo la más relevante la escasa demanda interna. Ésta es motivada por las políticas económicas implementadas que descansan, estrictamente, sobre la austeridad, bajo la batuta germánica. El desenlace es letal: consumo e inversión se retraen. Por tanto, se deberían imponer nuevos calendarios para la consecución de los déficits públicos, mientras no exista una mayor y mejor articulación del sistema financiero europeo, y no se promulguen estrategias claras de impulso económico que relancen el crecimiento. Pienso que la recesión en Europa ha continuado en 2014 y no veo claro que en 2015 aparezcan factores de recuperación, como presupone el gobierno de Rajoy para el caso español. La espiral sigue siendo pro-cíclica: los recortes suponen menos actividad y ésta reduce la ocupación que, a su vez, lamina los ingresos tributarios. Así, las administraciones públicas tendrán más problemas para cumplir con los indicadores de déficit, toda vez que la deuda seguirá aumentando. Ese, ya verán, será el resultado final de este empecinamiento irresponsable.
En Estados Unidos el panorama es diferente. La economía crece. Uno de los últimos informes de la Reserva Federal (FED) señalaba que existen dos problemas capitales en la economía americana: la fragilidad del mercado de trabajo y el ajuste fiscal. Ante esto, la FED ha lanzado un nuevo programa expansivo: compras de deuda a largo plazo y, a su vez, adquisición de titulaciones hipotecarias (esto palia muchos problemas de morosidades y desahucios), hasta que se vean mejoras en el mercado laboral. Los tipos de interés se mantendrán bajos hasta, al menos, 2015. La relajación en la política monetaria y las funciones asumidas por la FED (que se preocupa no sólo por la inflación, sino también por la evolución del paro y del crecimiento) contrastan, pues, con los planteamientos del BCE, emperrado únicamente en ver cómo fluctúan los precios.
Esta senda americana la están explorando algunos países emergentes, con Brasil a la cabeza. En un encuentro reciente en Madrid, la presidenta brasileña declaraba, vehemente, que la austeridad exagerada se derrotaría a sí misma. De hecho, los ejes básicos de la política económica del gigante sudamericano pasan por un nuevo recorte en los tipos de interés y un programa amplio de inversiones canalizadas hacia infraestructuras, para conseguir así más estímulos económicos. Los resultados, que germinaron ya en los mandatos de Lula, se consolidan con la presidenta Rousseff, de manera que los indicadores sociales de Brasil han mejorado notablemente tras la aplicación de esa política económica.
En España, los años de Rajoy arrojan datos nada halagüeños, a pesar de las promesas del PP. Si ustedes repasan indicadores recientes de crecimiento económico, tasa de paro, prima de riesgo, evolución bursátil, y las comparan con las correspondientes a 2011, el contraste es llamativo: todo ha ido a peor (con la única excepción de la prima de riesgo, que no depende de los gestores hispanos). Rajoy se encastilla en la consecución del déficit como único objetivo. Esa variable ya ha superado el máximo exigido para 2014. Los costes para financiar la deuda pública y el escaso repunte en la recaudación tributaria, a causa de la crisis, se contraponen a las acciones desplegadas para reducir el gasto corriente de las administraciones, que ha sido muy severo en Educación, Sanidad y Servicios Sociales.
Para Baleares, la situación es igualmente dura. Nada que ver con las previsiones optimistas del Govern en relación al cierre de 2014 y las perspectivas para 2015. La economía balear acabará el año con tasas muy moderadas, y el próximo año la recuperación será pírrica. Resulta difícil prever un dato positivo, atendiendo al estropicio que están haciendo Bauzá y su equipo económico con las cuentas públicas, la falta de confianza que transmiten a los agentes económicos y sociales y su nula función para obtener más recursos de la administración central, que otras autonomías están consiguiendo gracias a sus presiones políticas.
No hay luz al final del túnel, ni existen raíces vigorosas ni nada que se parezca. Ni tampoco demasiadas expectativas en que cambie el ciclo en el corto plazo. Las grandes decisiones dependen de lo que se dicte en Bruselas y en Berlín, y los márgenes escasos que se tienen deberían utilizarse: pedir mayor laxitud en las condiciones de cumplimiento del déficit, por parte del gobierno de Rajoy; y, por parte del ejecutivo de Bauzá, exigir a Moncloa que cumpla con el modelo de financiación y con las inversiones acordadas según el Estatuto. Ambas inacciones no hacen más que retrasar todavía más la recuperación y castigar a la ciudadanía.