Grecia, como Chipre: no saldrá del euro, a pesar de Merkel

Ángela Merkel ha declarado que la Unión Europea se plantea una posible salida de Grecia de la zona euro. Lo ha dicho con gran sosiego y tranquilidad. Pero no se la crean. Mientras el sistema financiero alemán dependa de la solvencia helena –y depende–, no se aplaudirá salida alguna del euro. De nuevo, asistimos a otro órdago, para causar temor a los electores. El caso de Chipre ya sirvió de perspectiva: un país literalmente masacrado por las recetas de esa infalible ortodoxia que emana de elitistas cenáculos europeos, pero del que no se habla ahora, a pesar de que se amenazó también con su expulsión del euro. Da la impresión de que, desde Berlín y Bruselas, se está actuando con determinados países como si fueran animalillos de laboratorio: ver qué pasa cuando se aplican determinadas terapias. Experimentar. Se ha hecho con Grecia, con Portugal, con Chipre, en menor medida con España e Italia. Y los resultados tienen un calificativo: catástrofe. Sin paliativos.

Nada de lo que se está haciendo se justifica desde la óptica técnica. Es falso que todo este sacrificio conducirá a una situación mejor que la anterior. Como es inexacto decir que estamos a las puertas de una recuperación económica sólida. Cada vez nos alejamos más del repunte, y los datos deben maquillarse –sí: maquillarse, incluyendo los del déficit– para que aparezcan con aspecto menos lesivo. La economía no saca cabeza, y sus principales dirigentes se refugian en teorías que nunca fueron solventes en épocas de depresión. Sylvia Nasar, una periodista especializada en economía, ha publicado un libro excelente, La gran búsqueda. Es un repaso al pensamiento económico más reciente, personalizado en grandes economistas. Pueden advertirse en sus páginas las enormes dudas de las grandes figuras de la economía neoclásica en relación al funcionamiento libre de los mercados. Estos que los neoliberales de ahora no cuestionan, ni ante hechos inequívocos que delatan la urgente necesidad de desarrollar políticas de estímulo más que de contracción.

Le pregunto a usted, lector: ¿está mejor o peor que hace un año? ¿cómo ve su entorno? ¿tiene más seguridad, más tranquilidad, menos incertidumbre? ¿confía en el futuro inmediato? A parte de respuestas individuales, que pueden diferir, el descontento social es palpable: grupos de todo tipo, incluyendo aquellos que parecían más proclives a los postulados conservadores, se rebelan contra unas políticas que presumen de ser positivas para todos en un futuro inconcreto y abstracto, pero que infieren penalidades y sufrimientos en un presente real y tangible. Lo contrario al bien común.

Chipre fue, en su momento, un pretexto: una nación que representa poco más del 0,3 por ciento del PIB de la Unión Europea, y que, gracias a los inútiles mandatarios europeos, puso en jaque al euro y la solidez del proyecto de todo un continente. El sentido común es ausente entre los grandes gurús que diseñan estas estrategias que sólo conducen al precipicio. La ideología, más que los propios mercados, domina las actuaciones esquizofrénicas y nada razonables de los padres de una patria que están contribuyendo a hundir.

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