Esta cuestión ha circulado mucho en los últimos meses. La afirmación, ahora sin interrogantes, presenta luces y sombras. Veamos algunas consideraciones. Primeramente, la actividad turística descansa sobre una demanda que, según las proyecciones de la OMT en sus informes cuatrimestrales, está al alza en el mundo. Es decir, la economía del turismo de masas tiene potencia y, lo que resulta más significativo, parece tener perdurabilidad.
En segundo término, y como derivación de lo anterior, se están generando más y variados destinos competidores del producto turístico español –en particular, en la cuenca mediterránea–, con una característica medular: los costes laborales y ecológicos son más bajos, las amortizaciones tienen un recorrido menor y los incentivos fiscales, en algunos casos, son muy atractivos. En tercer lugar, se ha producido un cambio esencial en los procesos de contratación: las nuevas tecnologías eluden la intermediación de los tour-operadores, de manera que los clientes fraguan su propio paquete turístico al margen de las grandes compañías tradicionales y de las principales aerolíneas. Fórmulas como el seat only proliferan, estimuladas por la oferta de compañías de bajo coste. Finalmente, el crecimiento del sector de la construcción en los últimos años ha colocado en el mercado plazas al margen de los hoteles, gracias a la laxitud existente, por parte de las administraciones, hacia el control de los planes urbanísticos. El corolario de todo este proceso es evidente: se ha incrementado de forma notable la oferta de plazas hoteleras en el Mediterráneo, lo cual ha hecho variar la estrategia de los grandes consorcios turísticos, en particular de las firmas baleares.
En efecto, las cifras correspondientes a las cuatro grandes empresas insulares, líderes mundiales en el turismo de masas, Iberostar, Barceló, Sol Meliá y Ríu, delatan un factor crucial: casi el ochenta por ciento de su volumen de facturación y de su futuro planteamiento inversor en los próximos tres años se ubican fuera de España. Los destinos escogidos son el Caribe y los principales centros urbanos de Estados Unidos y Asia. El gran capital hotelero actúa con una racionalidad incuestionable, y trata de reproducir su modelo de éxito en otras latitudes. En cierta medida, el mensaje, subliminal pero claro a la vez, es tan escueto como preocupante: el sol y playa está saturado en el Mediterráneo español, y en las Islas Baleares de manera particular. Avanzar en esa dirección es complicado, ya que si la competitividad se traduce tan sólo en los precios resulta difícil medirse con destinos –Turquía, Túnez, Marruecos, Croacia, etc.– que disponen de claras ventajas comparativas en el terreno salarial.
Por otro lado, y ante ese exceso de oferta de plazas (sólo en Baleares “sobran” cerca de cuarenta mil, por obsoletas), cabe situar una estabilidad de la demanda europea. En efecto, recientes estudios económicos realizados por el departamento de Economía Aplicada de la Universitat de les Illes Balears, subrayan que existe un cierto estancamiento de los potenciales turistas existentes en los determinantes mercados emisores para las islas, Alemania y Gran Bretaña que, además, se traducen en importantes clientes para otros destinos. Es decir, el conjunto de la demanda mundial parece que se incrementará, según los vaticinios de la OMT; pero en Europa se da el caso de que un contingente numérico estable de factibles visitantes tiene ahora un mosaico de ofertas mucho más amplio que hace tan sólo una década. A todo ello, cabe añadir la fortaleza del euro frente a la libra esterlina, hecho que –como se ha visto en el pasado verano en Baleares– se ha traducido en una importante contracción del turista británico en las Islas. Las devaluaciones ya no sirven en Europa; pero sí en otros países que compiten duramente con España.
Vayamos, pues, al enunciado de nuestra pregunta inicial, y hagámoslo de manera comprometida. Los datos disponibles me inducen a afirmar que el modelo de sol y playa no está, en absoluto, agotado; es más, se revela como una solución plausible para muchas economías emergentes en el Mediterráneo y tiene signos de fortaleza en nuestras economías regionales. Lo que se encuentra en crisis es el tradicional sistema de contratación y de relaciones con los intermediarios de viajes. En tal sentido, el modelo está cambiando, y supone retos decisivos para los tour-operadores y para las economías turísticas. Aquéllos han promocionado el “todo incluido”, una propuesta que pretende ganar tiempo en los mercados, pero que a mi juicio tiene un futuro limitado, particularmente en Baleares, donde las infraestructuras hoteleras no están preparadas para satisfacer razonablemente ese servicio. Además, la variable crucial, el gasto turístico, no se estimula con tal procedimiento, habida cuenta que una parte importante resta en el mercado de origen y no en su destino.
La situación, inédita en la historia económica del turismo de masas, coloca a las economías especializadas en el turismo de masas ante la tesitura de apostar, de manera convincente, por políticas de calidad que permitan corregir el importante diferencial de precios que se irá generando con los nuevos destinos turísticos. Y esas políticas de calidad pasan, indefectiblemente, por una apuesta nítida por el respecto hacia los activos ambientales y patrimoniales, piezas básicas para intentar diversificar el producto turístico y colocarlo al lado del tradicional modelo de sol y playa, al que no se debe renunciar de ninguna forma.