La división de la Eurozona

Desde la perspectiva de la deuda, Europa está fragmentada. Tenemos los países acreedores (con Alemania a la cabeza) y los deudores (con España como ejemplo). No existe simetría en las actuaciones de ambos grupos de naciones: las acreedoras exigen, pero no hacen nada; las deudoras se mueven sin remedio hacia la austeridad, en una senda de poco crecimiento que dificulta la reducción de su deuda en relación al PIB. La consecuencia de lo anterior es una respuesta desigual. Alemania no se ajusta con expansión, para generar más demanda interna –y, por tanto, elevar sus precios–, por lo que la periferia europea se encuadra en más austeridad para ser competitiva, de forma que contrae su demanda. En ambos casos, los precios caen. Ante esto, la economía alemana presenta condiciones de desarrollo potencial de su demanda interior:

  1. La tasa de paro se ha reducido, hecho que podría comportar subidas salariales y, por consiguiente, una mayor capacidad de renta.
  2. Las cuentas públicas están equilibradas y el crédito es ágil y barato. El modelo germánico está orientado al ahorro y al sector exterior: esto ha proporcionado los resultados que conocemos de un mayor crecimiento económico. El superávit acaba por ser una de las señas de identidad de la economía teutona, lo que impulsa la apreciación del euro que es, a su vez, una causa más de la deflación.

Se dibuja así una eurozona dividida. No es posible mantener mucho tiempo estos ajustes férreos en el sur, sin respuestas razonables en el norte. En el sur se recorta, se desmantela, se devalúa salarialmente, todo para alcanzar el nivel de déficit exigido. En el sur se demanda que el BCE baje los tipos hasta el cero, utilice más políticas monetarias expansivas (parecidas a las Quantitative Easing de la Reserva Federal y del Banco de Japón), controle y revise los enormes depósitos de capital de la banca comercial que están inactivos en el propio seno del BCE –con la finalidad de proporcionar más crédito–, y que los precios crezcan para paliar los efectos de la deuda. En el norte se mantiene una política económica que descansa sobre las exportaciones y el ahorro más que sobre la inversión, de manera que interesan tipos de interés altos –que remuneren ese ahorro– y una inflación baja –que favorezcan las exportaciones–.

En paralelo, el tamaño medio de las entidades se ha duplicado –e incluso incrementado más– con las fusiones realizadas en el sistema bancario. Ahora hay más bancos que podemos calificar como sistémicos (tanto en Europa como en Estados Unidos): los que generan problemas globales al conjunto de la economía si caen. Al mismo tiempo, se otean posiciones claramente oligopólicas con esos procesos de concentración del capital financiero, lo cual podría quitar competencia a los mercados. Y la deflación ha aparecido, por tanto, en escenarios de fuerte reducción de la demanda, de aumento del paro y de severidad presupuestaria. Este dolor es necesario para el mainstream: ese es el recetario que emana de Europa y que va a suponer más ajustes draconianos hasta el 2016, para alcanzar el 2,6% sobre déficit, que es el objetivo marcado por las instituciones económicas.

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