El crecimiento económico es ausente en Europa. Se pongan como se pongan los voceros del optimismo irresponsable. Vamos camino de una “década perdida”, sobre todo para el sur, para la periferia: siete años de anemia económica y de retrocesos sociales. Europa tiene un grave déficit de demanda. Los ajustes en la oferta se han realizado.
Resultados: el paro se sitúa en el 11% en la eurozona, el avance del PIB es raquítico, nulo o negativo –según los casos– y no se atisba la tan glosada recuperación. La guinda de este agrio pastel: el desplome de los precios. Fíjense: el crecimiento es cero. La inflación, también. Ante esto, se grita: Frankfurt, tenemos un problema. Y Mario Draghi no ha tenido más remedio que deshacerse de algunas de sus ataduras políticas y actuar, de forma decidida, de una vez por todas.
Hace ya bastante tiempo, desde esta columna venimos comentando que un escenario de deflación era una amenaza real para Europa. Los liberales, esos que nunca se equivocan, apóstoles de la austeridad (la única salida a la crisis, sostienen) sonreían con desdén: una nueva excentricidad keynesiana. También preconizamos la urgencia en estimular compras de activos por parte del Banco Central Europeo (BCE). Eso motivó, igualmente, afirmaciones descalificadoras –y algún que otro insulto– por los infalibles liberales. Pero, miren por dónde, el tiempo nos ha dado la razón: la deflación es bien tangible –y temible–, y por ello y por la parálisis de la economía europea, el BCE se ha decidido a variar su línea de actuación. Veamos algunas claves.
Desde 2007, los bancos centrales han ido inyectando dinero al sistema financiero, para mantenerlo. A su vez, se han bajado los tipos de interés. Ahora, Mario Draghi los ha situado casi al 0%: la munición monetaria, por tanto, ¿se ha acabado? La respuesta es no: queda una última batería en la artillería de Draghi: comprar deuda masivamente y, quizás, en ese proceso, plantear posibles quitas parciales. Algo que, si usted amigo lector me ha ido siguiendo los últimos meses, verá que también se dijo aquí, en este espacio. El tiempo permitirá comprobar si también se cumple esa premonición. ¿Qué otras herramientas se disponen? Ante esa “trampa de liquidez”, un hecho que debía producirse para agotar todas las posibilidades factibles en el campo de la generación del crédito, son necesarias cuatro cosas más, a mi entender. Primera: repensar los objetivos tan rígidos del déficit público. No existen ningunas Tablas de la Ley que impongan, como mandamiento casi bíblico, que las cuentas públicas deben estar equilibradas contablemente en 2016. Aligerar ese calendario es razonable para permitir activar el crecimiento económico, sometido ahora al corsé del cumplimiento del déficit. Segunda: la activación de un plan de inversión europeo, con una preocupación central hacia la población juvenil, que fisure el estancamiento económico. Tercera: compras de activos por parte del BCE, en una línea muy parecida a la culminada en Estados Unidos. Y cuatro: urge un gran acuerdo político europeo (Berlín, Roma, París, Londres), si lo que se pretende es que la eurozona supere la Gran Recesión.