Austeridad luterana

La economía europea padece un colapso. La obstinación de Alemania y el seguidismo de Europa promueven esta austeridad, que debilita el crecimiento económico y contribuye a un incremento del desempleo. Tras varios años (desde mayo de 2010) de aplicación estricta de medidas de ajuste y de consolidación fiscal, el conjunto de la Unión Europea padece los estragos de la sangría. Sólo Alemania parece resistir con firmeza. Pero esa situación puede tener, también, los meses contados. Las políticas económicas que se están aplicando en Europa, impregnadas de ese mantra de la austeridad a toda costa, se están revelando ineficaces para resolver dos problemas centrales: la reducción del paro y el mantenimiento del bienestar social.

Las recomendaciones de la Comisión Europea han supuesto entrar en un escenario que, a estas alturas, se revela como irreal. En efecto, resulta inviable cumplir con el déficit público estipulado para 2014 e incluso para los años siguientes. En el caso de España, esto va a ser así, también, en las comunidades autónomas. El gasto más rígido e inelástico, que compete a sanidad, educación y servicios sociales se halla transferido a los gobiernos regionales, de manera que son éstos los que deben bregar con tales partidas. Al mismo tiempo, no puede sostenerse que la gestión realizada en las regiones ha conducido a quiebras técnicas casi generalizadas: es de una irresponsabilidad absoluta y de una inexactitud tendenciosa decir eso. Ante esto, las políticas de austeridad tienen límites: los que acaban por afectar el bienestar de las personas. Si el dominio ideológico es ciego ante la realidad, en el sentido de que deben recortarse de forma significativa asignaciones presupuestarias en protección social, al tiempo que el sector privado se encuentra anémico por falta de crédito y confianza, el desenlace parece evidente: se laminarán actividades económicas y, por tanto, la formación de renta.

La eurozona es el espacio con menores posibilidades de recuperación en la economía mundial, con la austeridad como base: crecimiento mínimo general, con los países del sur en un estado de permanente castigo. Las observaciones para España, en tal contexto, no conducen al optimismo cerrado que se vislumbra desde el gobierno. Las informaciones económicas más recientes tienen un frente claro, en relación a la evolución de la economía: se nos martillea con la idea de que las cosas van mejor. En definitiva, se señala, lo peor ya ha pasado, frase manida que se adentra en los vericuetos de la fe. Las previsiones del FMI y de otras instituciones internacionales para España no son tan positivas. Expertos del Fondo han llegado a pedir una nueva reforma laboral, mucho más drástica, que abarate todavía más el despido. Todo en aras de una supuesta competitividad.

Un cambio importante en la política económica de la eurozona –algo que Mario Draghi ya empieza a ver– es la única salida plausible desde el punto de vista del bienestar social. Y ello contempla desde programas de inversión pública, expansión de políticas fiscales y compra de activos por parte del BCE a través de eurobonos. Todo muy distinto a la austeridad luterana.

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